Aunque parezca mentira, Cuba
manda en Venezuela. No los venezolanos. Cuba, o sea los Castro. Rigurosamente
así. Esto es presumiblemente lo que se quiere decir, en rigor, con la noción
que está sembrando activamente la izquierda radical regional de la “Patria
Grande”, con la que se quiere remplazar, a lo largo y ancho de América Latina,
a la de las distintas nacionalidades. De modo que las órdenes lleguen a todos
desde Cuba, derechito, sin problemas, ni sorpresas, ni discusiones. Porque así
“debe ser”.
Los militares venezolanos lamentablemente se
han dejado someter por los cubanos. Lo que es francamente increíble. Los
servicios de seguridad cubanos planifican, dirigen y hasta controlan las
operaciones de la represión contra los jóvenes venezolanos que -hartos de vivir
sin libertad- han salido a las calles a protestar. Ejerciendo una facultad
expresamente prevista en su Constitución. Pese a la ola de violencia del
régimen de Nicolás Maduro, que sigue al pie de la letra las instrucciones que,
para ello, le llegan desde La Habana.
Un reciente trabajo de Moisés Naim es
sumamente aleccionador. Hablamos de un excelente y prolífico académico que
alguna vez fuera Ministro de Industria y Comercio de Venezuela. Naím comienza
por señalar, con acierto, que de la relación entre La Habana y Caracas “no se
habla”. Se la conoce, pero no se la cuestiona. Y señala su profunda sorpresa
por lo que está sucediendo, al recordarnos que Venezuela (una de las
principales potencias petroleras del mundo) es nada menos que nueve veces más
grande que Cuba; está tres veces más poblada; y su economía es (por ahora)
cuatro veces más grande que la de Cuba. Pese a todo ello, Cuba manda. Y
Venezuela, sometida, obedece.
Hay bastante más de 30.000 cubanos
pertenecientes a los llamados “Comités para la Defensa de la Revolución”
viviendo y operando en Cuba. Una enormidad porque, además, ellos ocupan
posiciones críticas, centrales, en el gobierno venezolano.
El agobiante ordeñe de Cuba a Venezuela está
basado en apoderarse de parte de su renta petrolera, recibiendo diariamente
130.000 barriles de petróleo crudo para refinar -y revender- desde Cuba. El
crudo venezolano llega a precios irrisorios y cuenta con un financiamiento con
términos y condiciones blandísimos, que además Cuba seguramente (como hizo con
la Argentina) jamás pagará. Pero los refinados se venden desde Cuba a precios
internacionales.
No sólo eso. Buena parte de las importaciones
venezolanas se “canalizan” (intermedian) a
través de Cuba, que participa en ellas y se lleva su “tajada”. María
Corina Machado -la corajuda diputada de la oposición que acaba de ser privada
arbitrariamente de su banca en la Legislatura- cuenta que hay importaciones de
medicamentos vencidos a Venezuela que llegan con la intermediación de Cuba.
Ellos se compran desde Cuba, con descuento, y se revenden a Venezuela a precios
de medicamentos no vencidos.
La vigilancia cubana en Venezuela es
permanente y total. Y naturalmente intimidante. Por ejemplo, nos dice Naím, hay
controladores y auditores cubanos que verifican como se mueven y operan las
escribanías y los registros de la propiedad inmueble, para saber que
transacciones inmobiliarias efectivamente se han llevado a cabo. Y en que
términos y condiciones. Hay otros funcionarios cubanos a cargo de la
cibernética del gobierno y de la empresa petrolera pública, vigilando entonces
-constantemente- sus operaciones desde las computadoras.
Hay asimismo, como podía sospecharse, una
cooperación -profunda y estrecha- en el plano militar. En las reuniones en
materia de defensa de los militares de Venezuela con los de otros países de la
región hay, con alguna frecuencia, presencia abierta de militares cubanos que
opinan como si ellos estuvieran a cargo de la defensa venezolana.
Esto ha sido posible porque, deformando la
democracia hasta hacerla irreconocible, el Ejecutivo venezolano ha concentrado
un poder absolutamente omnímodo. Ha recibido, por presunta delegación, los
poderes del Legislativo, a lo que suma el más absoluto dominio que ejerce sobre
un Poder Judicial que -desde hace 14 años- opera sin independencia ni
imparcialidad, apenas como un mero y dócil agente o apéndice del Poder
Ejecutivo venezolano. Esa fue la “reforma” constitucional, opaca y oculta, de
Hugo Chávez. Esa ha sido la fórmula empleada para dinamitar y destrozar a la
democracia.
Cuba maneja, además, la seguridad interna de
Venezuela. Y provee al régimen de Nicolás Maduro de un conjunto orgánico y
coordinado de “organizaciones no gubernamentales” afines, que constantemente
actúan -a lo largo y ancho de América Latina- a la manera de corifeos y
aplaudidores simultáneos de Nicolás Maduro. Como su inmensa caja de resonancia.
Pese a que lo que dice Maduro muy pocas veces tiene algún sentido, sus
“mensajes y fantasías” repercuten así en toda la región. Como un evangelio
infalible, aunque el desastre venezolano sugiera todo lo contrario.
La mejor comprobación de cómo
Venezuela depende -cual niño imberbe- de Cuba, tiene que ver algo notorio: la
forma en que se “trató” -en Cuba- la enfermedad terminal de Hugo Chávez,
dejando de lado a la medicina más moderna del mundo y prefiriendo, en cambio,
encerrase absolutamente en un país que desde hace medio siglo está parado en el
tiempo. De no creer. Pero fue así. Y todos lo hemos visto.
Tiene razón Naím, lo de Cuba en Venezuela no
puede ignorarse. Ni tratarse como si no existiera. Tampoco pude minimizarse por
sus efectos fuera de Venezuela, en la ahora llamada “Patria Grande